Llevo demasiado tiempo ausente de este lugar.
Tampoco me he sentido mal por ello, a veces rumiamos muchas cosas sin la necesidad de verbalizarlo externamente. También considero que la vida a veces trata de seguir caminando, aunque te des cuenta de que lo estás haciendo sobre una cuerda y sepas que estás teniendo pasos firmes, pero tienes un trago en la garganta que te dice todo el rato que si pisas en falso vas a caer en picado.
Supongo que eso me pasa todos los otoños, me agobio con todas las cosas que tengo que ir haciendo, aunque intento disfrutar de todo por separado, pero las horas vuelan. Los colores del otoño me siguen pareciendo un lamento y una risa de la naturaleza que nos llena el corazón. Los naranjas y mostazas nos dan cierta nostalgia, el frescor de las mañanas y el verde que comienza a verse por el suelo nos dan la esperanza de que lo que se nos cae podemos recogerlo.
Hace meses que decidí salir del 2022, aunque fuera de una forma grotesca y sin sentido. Le puse a mi móvil otra configuración de fechas y ahora vivo en el 2565 BE.
Cuando hablo con el resto de humanos me adapto a sus tiempos, pero yo vivo en los míos. Estos días pensaba en lo mucho que odio cada año el horario de invierno: que sea de noche a las seis de la tarde, que no me importa levantarme de noche si por la tarde tengo mi dosis de sol. Siempre tenía la sensación de que a las seis de la tarde ya acababa el día y no es así, aún falta mucho día.
Así que en un alarde de inconsciencia pensé:
– Pues oye, si vivo en el 2565 BE, ¿por qué no voy a seguir con la hora de verano? No voy a cambiar mi reloj de la muñeca. Lo único que tengo que hacer es traducirla para el resto de los humanos, pero para mí ahora mismo siguen siendo las doce de la noche, no las once. Técnicamente he dejado este capítulo para el último momento del domingo.
Esta tarde miré mi muñeca:
Son las seis, falta una hora y pico de sol, está precioso. Voy a coger el hacha y preparar algo de leña. Para la gente ahora son las cinco de la tarde. Para mí siguen siendo las seis.
Lo único que debo hacer es ser consciente cuando tenga que ver a otras personas, y lo máximo que puede pasarme es que me equivoque y llegue una hora antes de lo estimado. Soy consciente de que mi ejercicio no lo puede practicar todo el mundo, porque dependen de horarios cerrados de un entorno laboral. Pero la vida en el campo es otra, ahí puedes ponerte la hora que quieras. En realidad, es tan fácil alejarse de las normas humanas y plantearte tus propios esquemas...
Mi portátil dice que son las 23:19, pero para mí son las 00:19. Así que me voy a ir a dormir. Técnicamente he escrito esto en domingo. En la práctica es genial pensar que tienes una hora de limbo para ti.