Hoy era un domingo largo, desde que empezó tenía muchas cosas que hacer. Previendo el frío y la nieve que se avecina, preparé la leña, puse una lavadora con las sábanas y las dejé secando en el último día de sol de los próximos diez días. Decidí comer al sol, qué maravilla pensar que a finales de noviembre hacía un sol radiante y se podía comer fuera, aunque con el abrigo puesto.
Pensaba haber escrito lo primero que se me pasase por la cabeza nada más despertar, como cada domingo que escribo, pero esta vez decidí que debía dejar pasar mi ritmo lento de vida y disfrutar del contacto con los animales alrededor y el sol que alimenta el espíritu. Después me duché, últimamente siempre me pasa, entro al servicio de día y salgo de noche, debo tener un reloj biológico de ir al baño, sea para lo que sea que vaya.
He visto orugas paseándose por el suelo, como si también llegaran tarde a todo y les importase lo mismo que a mí: nada. Esta palabra me recuerda que tengo que leer a Carmen Laforet, ya va siendo hora. Al principio de la mañana estuve con varios gatos a los que acostumbro a ver cerca, paseando o simplemente estando juntos sentados en silencio. Nunca se dejan tocar, aunque tampoco lo intento. Quizás entiendo ahora mejor que nunca cuando algún amigo me llama felina. Una gatita fue mamá en verano y su compañero, Gato (el gato negro) cada vez sienten más paz cuando paso al lado, sin salir corriendo. Sus hijos son huidizos, lo comprendo y me generan una sensación de paz, supongo que se parece al instinto materno cuando ve que sus hijos saben defenderse solos.
Hoy ha sido un día muy diferente, mientras estaba con la gata, pasó otro gato que hacía mucho que no pasaba por aquí, al que yo hace mucho tiempo empecé a llamar el Filósofo. Siempre fue un gato confiado pero con mucho morro y nunca mejor dicho, su morro es raro, no da sensación de ser trigo limpio. Hay gatos que inevitablemente me caen mejor que otros, a mí la pareja de padres me parece un encanto. El gato negro veía desde lejos cómo el Filósofo intentaba acercarse a la gata a maullido lascivo, yo estaba entre ambos mientras, cuál Félix Rodriguez de la Fuente, quieta y agachada. De repente vino la pelea, el Filósofo fue corriendo a buscar a Gato y empezaron a bufarse y a pelearse.
Yo, con mi instinto de protectora, cometí el error de defender al negro bufando también. Acto seguido pararon de bufar. Tras la comida, fui como siempre a echar algún cachito de pan que los gatitos comen con mucho gusto. Pero esta vez Gato y Gata me hicieron ghosting. Supongo que Gato quería defenderse sólo, pero mi instinto me decía que ese capullo no podía hacerle ni un rasguño a mi adorado gato negro, que es un buenazo, si yo podía evitarlo.
Supongo que mañana se les pasará, aunque es bueno que sepan vivir sin verme siempre, se avecina una semana de nevadas y tendrán que saber estar juntos para sobrevivir. Me ducho y mientras pienso en si podríamos todos saber vivir con tanto frío, con un calentador que cuando llega noviembre da agua fría porque las tuberías están congeladas y con el abrigo puesto en casa porque en la misma cocina hay 10 grados centígrados. Me pregunto si todo el mundo sabría adaptarse, la ciudad tiene privilegios que el campo a veces enseña a golpazos. Muchas veces digo que cada lugar tiene sus ventajas y desventajas, cuando llega la época de las contras campestres me recuerdo a mí misma que en realidad casi todo el mundo que conozco en este otoño ha cogido un trancazo por quedarse frío. Yo con este frío casero aún no me he acatarrado, me he acostumbrado a vestirme como una cebolla y a no importarme estar en casa como quien está en la calle: con abrigo.
He estado escuchando canciones de Mecano, me han recordado partes de la infancia: sensaciones y olores, lugares lejanos, piel de gallina y lágrimas a punto de desbordar. Seguro que tú también recuerdas canciones que escuchabas en tu infancia, que no han caducado y siguen removiéndote algo por dentro. Después he escuchado el nuevo disco de Mäbu por tercera vez, he recordado quién me enseñó la palabra “Serendipia” y le he mandado la canción, me gusta mucho la forma de describir las sensaciones de este grupo, el tiempo pausado y las pequeñas cosas cotidianas. Hablar de la ansiedad en las canciones, sin duda, me parece un ejercicio tan difícil que es para bajarse el sombrero. Hoy ha sido un domingo raro. Pero me gustan los días raros.