domingo, 21 de noviembre de 2021

20. Los gatos también hacen ghosting.

 








Hoy era un domingo largo, desde que empezó tenía muchas cosas que hacer. Previendo el frío y la nieve que se avecina, preparé la leña, puse una lavadora con las sábanas y las dejé secando en el último día de sol de los próximos diez días. Decidí comer al sol, qué maravilla pensar que a finales de noviembre hacía un sol radiante y se podía comer fuera, aunque con el abrigo puesto. 


Pensaba haber escrito lo primero que se me pasase por la cabeza nada más despertar, como cada domingo que escribo, pero esta vez decidí que debía dejar pasar mi ritmo lento de vida y disfrutar del contacto con los animales alrededor y el sol que alimenta el espíritu. Después me duché, últimamente siempre me pasa, entro al servicio de día y salgo de noche, debo tener un reloj biológico de ir al baño, sea para lo que sea que vaya. 


He visto orugas paseándose por el suelo, como si también llegaran tarde a todo y les importase lo mismo que a mí: nada. Esta palabra me recuerda que tengo que leer a Carmen Laforet, ya va siendo hora. Al principio de la mañana estuve con varios gatos a los que acostumbro a ver cerca, paseando o simplemente estando juntos sentados en silencio. Nunca se dejan tocar, aunque tampoco lo intento. Quizás entiendo ahora mejor que nunca cuando algún amigo me llama felina. Una gatita fue mamá en verano y su compañero, Gato (el gato negro) cada vez sienten más paz cuando paso al lado, sin salir corriendo. Sus hijos son huidizos, lo comprendo y me generan una sensación de paz, supongo que se parece al instinto materno cuando ve que sus hijos saben defenderse solos. 


Hoy ha sido un día muy diferente, mientras estaba con la gata, pasó otro gato que hacía mucho que no pasaba por aquí, al que yo hace mucho tiempo empecé a llamar el Filósofo. Siempre fue un gato confiado pero con mucho morro y nunca mejor dicho, su morro es raro, no da sensación de ser trigo limpio. Hay gatos que inevitablemente me caen mejor que otros, a mí la pareja de padres me parece un encanto. El gato negro veía desde lejos cómo el Filósofo intentaba acercarse a la gata a maullido lascivo, yo estaba entre ambos mientras, cuál Félix Rodriguez de la Fuente, quieta y agachada. De repente vino la pelea, el Filósofo fue corriendo a buscar a Gato y empezaron a bufarse y a pelearse. 


Yo, con mi instinto de protectora, cometí el error de defender al negro bufando también. Acto seguido pararon de bufar. Tras la comida, fui como siempre a echar algún cachito de pan que los gatitos comen con mucho gusto. Pero esta vez Gato y Gata me hicieron ghosting. Supongo que Gato quería defenderse sólo, pero mi instinto me decía que ese capullo no podía hacerle ni un rasguño a mi adorado gato negro, que es un buenazo, si yo podía evitarlo.


Supongo que mañana se les pasará, aunque es bueno que sepan vivir sin verme siempre, se avecina una semana de nevadas y tendrán que saber estar juntos para sobrevivir. Me ducho y mientras pienso en si podríamos todos saber vivir con tanto frío, con un calentador que cuando llega noviembre da agua fría porque las tuberías están congeladas y con el abrigo puesto en casa porque en la misma cocina hay 10 grados centígrados. Me pregunto si todo el mundo sabría adaptarse, la ciudad tiene privilegios que el campo a veces enseña a golpazos. Muchas veces digo que cada lugar tiene sus ventajas y desventajas, cuando llega la época de las contras campestres me recuerdo a mí misma que en realidad casi todo el mundo que conozco en este otoño ha cogido un trancazo por quedarse frío. Yo con este frío casero aún no me he acatarrado, me he acostumbrado a vestirme como una cebolla y a no importarme estar en casa como quien está en la calle: con abrigo. 


He estado escuchando canciones de Mecano, me han recordado partes de la infancia: sensaciones y olores, lugares lejanos, piel de gallina y lágrimas a punto de desbordar. Seguro que tú también recuerdas canciones que escuchabas en tu infancia, que no han caducado y siguen removiéndote algo por dentro. Después he escuchado el nuevo disco de Mäbu por tercera vez, he recordado quién me enseñó la palabra “Serendipia” y le he mandado la canción, me gusta mucho la forma de describir las sensaciones de este grupo, el tiempo pausado y las pequeñas cosas cotidianas. Hablar de la ansiedad en las canciones, sin duda, me parece un ejercicio tan difícil que es para bajarse el sombrero. Hoy ha sido un domingo raro. Pero me gustan los días raros.

domingo, 14 de noviembre de 2021

19. La pena







 Hoy, domingo, me planteo si le damos demasiadas expectativas a un día que parece que va a ir bien.

Al contrario que cuando nos despertamos con el pie izquierdo y pensamos que el día ya no va a mejorar.


Hoy he empezado genial y he acabado agotada, triste y sin ganas de hacer prácticamente nada.


Todo empezaba con mi recuerdo de ayer, qué bien, se llevaron a un perro que andaba sólo por las calles hacía un tiempo. Pensaba que iban a tardar más, pero no, todo fue genial. He descansado, he hecho la comida y me he duchado. Tras vestirme bien abrigada pensaba en lo maravillosa que podía ser la tarde del domingo, pero ésta me ha aplastado.


Estos días hace mucha niebla y pensé que podría aprovechar el sol de la tarde para cubrirme de vitamina D y escribir un ratito sentada al sol. Me puse un culín de vino que quedaba en un vaso y cogí un cigarro, era mi rato de desconectar y respirar aire limpito.


De repente, miro un poco más allá, qué extraño, ese gato está precioso ahí tumbado, qué raro que no se asuste de verme. La imagen otoñal es preciosa, ese gato espatarrado tiene unas hojas amarillas cubriéndole por encima con una línea recta, como si una mano divina las hubiera dejado justo ahí a posta. Diría que Dios existe si fuera un poquito creyente. Cuando me acerco un poquito más me doy perfectamente cuenta de la pena que me va a venir encima. Hay un gato blanco muerto. 


El día comienza a dar los últimos rayos de sol y el frío se mete en los huesos de las manos, como si la niebla amenazara de nuevo. La pena me agolpa como si me dieran un buen revés en la mandíbula, es un gato con el que apenas he tenido contacto y pienso que si este me da pena, no quiero imaginarme la familia de gaticos que suelen venir a verme todos los días. Miro al gato negro, que juega conmigo al escondite y a seguirme:


  • No te mueras tú, eh, que si ahora esto me pilla fatal, no me quiero imaginar tener que enterrarte a ti.


El gato negro, Gato, se queda sentado mirándome mientras cojo un cubo con tierra y una pala.

El pobre pesa un montón, me cuesta mucho moverle hacia otro lugar con la pala, echo la tierra por encima y vuelvo a casa. Intento hacerlo lo más rápido posible. Ni siquiera me quedo mirando más de diez segundos, odio las despedidas. 



Buen viaje, le deseo en silencio. Supongo que no hay otra que aceptar que me ha tocado a mí. 

40. La pantomima de la cuerda.

 La pantomima de la cuerda: Cuando no sabes si estás trepando o si tiras de ella hacia arriba con un peso atado. Si trepas, vas viendo mover...