domingo, 18 de julio de 2021

8. Soledad: la vida es eso.

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Dicen que el ser humano es sociable por naturaleza. Quizás sea que no soy humana, por eso siempre digo que soy de Plutón... Creo que ya entendí por qué a mí la soledad me resulta tan adictiva... La verdad es que es cierto que de vez en cuando sí siento verdaderas ganas de ver a mis seres queridos, ahí donde cabe parte de familia y amigos más íntimos. Pero no toda la familia, ni todos los amigos. Sólo aquellos más indispensables. Cuando disfrutas de verdad de la plenitud de la soledad sabes, o de un modo diferente, te das cuenta de con qué personas sí necesitas mantener el contacto más continuo y aprendes a disfrutar de los momentos de otro modo más pausado, más lento como un caracol. Te das cuenta de que los momentos son mucho más intensos y saboreas las palabras con más gusto, te da tiempo a paladear el propio tiempo y a estirarlo como un chicle, no a masticarlo y engullirlo como si fuéramos un lobo hambriento. Te da tiempo a paladear el tiempo, te da tiempo al tiempo...



A pesar de disfrutar de la soledad y aprender mucho con ella de forma elegida, del tiempo tengo una objeción desde hace quince años – la mitad de mi vida – y es la siguiente:

El día debería durar 36 horas, poder trabajar y disfrutar en píldoras dispersas a lo largo del día y de la noche, pudiendo descansar y cambiar de aires el cerebro- Y finalmente, dedicar esas 8 horas sobrantes a poder dormir como si nos enchufáramos a un cargador de pilas.



Hace unos días me topé con una cucaracha y las dos nos asustamos tanto la una de la otra que consiguió hacerme la 13-14. Durante varios días estuve limpiando más de lo habitual, que ya es, e inspeccionando dónde podría verla u observar el suelo por si acaso. Ni rastro. Lo que sí llevaba viendo dos semanas eran unas 3 arañas, más o menos sabía de qué tipo eran y las tenía controladas de ubicación. Hoy, una de las 3 ya no estaba en su sitio, ni rastro de ella ni en los lugares más recónditos imaginados donde he podido buscar. Pues vaya casualidad de momento... Era ya de noche cuando he salido un momento a la cochera para cambiarle el coche a mi padre y casualidad que no estaban las arañas, supongo que estarían por ahí cazando bichos, pero no el que hacía falta. He visto a la cuca, espero que fuera la misma. Esta vez no hice un movimiento rápido ni alcé la voz en tono de sorpresa desagradable. Me ha sentido e intentado escabullirse, pero adivina quién ha sido más rápida y la ha esperado al otro lado del camino. Con un solo movimiento, no rápido, instantáneo. ¡¡¡ZASSSSSS!!! No un pisotón, sino dos. Al final aprender y asimilar es cuestión de tiempo.


Otra noche de insomnio me levanté a tomar café a las 5 a.m., total, estaba aburrida de dar vueltas en horizontal. Vi un bicho enorme, para lo que a un escarabajo o cucaracha se refiere. Era gigante. Ante la duda, otro pisotón rápido, estaba más dormido el bicho que yo. Puedo convivir con arañas de todos los tamaños, pero no puedo soportar la idea de que haya cucarachas o ratones, eso no. Aún no he pasado tanto de la hipocondría o la higiene. 



Leía Niadela estos días, de Beatriz Montañez. He sentido en muchos aspectos unos sentimientos inherentes a lo que cuenta sobre la soledad y el tiempo, la velocidad que le damos a nuestra vida y cómo el tiempo va quitándonos fobias y ascos a nuestro entorno. También enseña el respeto a lo desconocido, aprender lecciones a base de errores que pueden ser peligrosos y sentirse hermana de la naturaleza que te rodea. Ojalá yo tuviera mi propia cabaña en mitad del monte. Por primera vez en estos meses descubro picaduras de mosquito en mis manos y brazos, justo en los días que he leído Niadela...


  • Ni que viniera con un pack de mosquitos el libro. – pienso con ganas de reírme.



Pase lo que pase, mi ritual de fines de semana sigue siendo la limpieza, escuchar música y cocinar para la semana. Es el único mástil al que agarro mi libertad horaria, como mucho hasta el lunes por la mañana. Y de lunes a viernes dejo que mis trabajos me digan por dónde quieren continuar, les dejo hablar a ellos. Me piden lo que necesitan o me dicen cómo se sienten, yo les escucho al igual que escucho y observo a los anima
licos que veo desde la ventana. No los conozco a todos por su nombre, pero también los observo, como ellos a mí.


Ayer, mientras regaba las plantas, un gato negro se plantaba en la puerta. Se sentó como si fuera un faraón y me miraba fijamente, sin parpadear. Me gusta pensar que ese gato negro es mi ángel de la guarda, lleva desde mediados de mayo morando los alrededores. Nunca se había parado a mirarme tanto tiempo seguido. Estas dos últimas noches han sido muy raras, he observado a través de los cristales negros de la noche unas luces pequeñas y rápidas como ráfagas, seguro que era el gato mirando el interior... he escuchado ruidos extraños que hoy adjudico a las dilataciones de la madera por el calor y a carreras de gatos por el tejado. 



La vida es eso.

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