domingo, 5 de diciembre de 2021

21. Dicen que este número desintoxica.





 21. 


21 entradas y aún sigo teniendo la sensación de que en realidad no llevo ninguna, o de que he ido bajando mi autoexigencia. Que ya no importa la cantidad, ni tampoco la calidad, solo la calma y la estabilidad.



Que me gusta escribir pero no suelo compartir nada de lo que escribo, que me gusta tocar música pero en estos últimos años no me apetece volver a tocar en público, que las canciones viven para siempre en un disco que puedes ponerte cuando no puedes ir a un concierto. Que me gusta vivir y exprimir las emociones, sentirlas, vivir la felicidad, la comicidad de las cosas raras que te puedes encontrar una noche volviendo a casa con tu amiga.



El último disco de Rufus T. Firefly me atrapa y me lleva al estado de total de amor, de nostalgia y tristeza, melancolía y el brillo en los ojos. Disfruto de socializar, de hablar, de decir tonterías y de alguna que otra borrachera. Mañana es fiesta pero yo retomo mis trabajos y he sentido cómo estos días se apoderaban de mí las ganas de dedicarme a la contemplación y eso ayuda mucho. Ayuda a observar, a sentir y a ganarle perspectiva a la vida. 



He vuelto por la ciudad que muchas veces digo que siento como si fuera de aquí. Zaragoza tiene algo que se queda por dentro del pecho y avivan las emociones.

Respiro y lleno el pecho de lo que luego son suspiros, miro a los ojos de la gente buscando tu mirada, esa que sé que no encontraré porque no existes. Dejo que tu sonrisa me acompañe en la memoria, dejo que protejas lo que no se ve, el mundo intangible me gana al material. Esta vida es un nudo de marañas que deshacen los extremos deshilachados.



Cambiar de aires no es suficiente, ahora te haces un nuevo piercing en la oreja que hace que recuerdes lo que es tener que dormir una semana o dos de un solo lado en la cama, sin saber cómo, mientras duermes, eres capaz de no girarte y despertarte del dolor. No sé cómo lo haces, pero lo haces. Mi brujita y yo hablamos sobre lo rara que está la gente estos días, anoche según volvíamos a casa venían dos señores detrás, escondiéndose entre las bicis y las motos y poniendo las manos como si llevaran pistolas. Me giro en seco, parada. Les miro a los ojos y abro la boca con tono bastante borde:


  • ¿Pero qué os pasa en Zaragoza? Estáis majaretas hoy, eh...


Se notaba a la legua, dos señores de unos cincuenta o sesenta años drogados de alucinógenos, seguramente irían de setas o a saberse qué. En principio me asustó, luego me pareció ridículo y luego nos dio la risa. Tampoco está tan mal ver gente mayor pasándoselo bien. Total, tras los malos rollos de gente buscando mal bronca y pelea con otras personas al menos nos reímos bastante. Siempre hay borrachos buscando broncas, de hecho, llegué a llamar a la nacional porque uno de ellos al principio me hizo sentir muy muy violenta y luego fue a buscar bronca con el camarero. Con lo fácil que es pasarlo bien y qué ganas tiene la gente a veces de joder a los demás. Hablamos de los límites, de lo bueno que es saber estar solo un buen tiempo, de saberse querer bien a uno mismo, de no necesitar pareja o estar abierto a sentir algo por alguien, de poder poner ese límite y no quedarte con lo primero que pasa. Qué felicidad da ser dueña de tus elecciones, de aprender de los errores y no tener miedo a equivocarte. Hay algo dentro de mí que vuelve a su ser tras años de nubarrones, volver donde uno fue feliz sin saberlo siempre sienta bien. Reordeno el puzzle y pienso que tal vez la vida sea eso, desordenarse y ordenarse de nuevo, hay piezas que pierdes y nunca vuelven a estar en su sitio; pero el resto queda ordenado y reconoces la imagen, te reconoces, sientes que has vuelto y que no tienes prisa por volver entera, volverás. Aprendes a desaprender y eso es bueno, los treinta por fin sientan bien. Los treinta son los nuevos veinte y puedes renacer, la ilusión está en un huevo que está descascarillándose y vuelves a ser la macarra que pone límites.


Porque ya lo dije en una de las primeras entradas, para ser un buen macarra hay que tener corazón. Y mucho.


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