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Vacío, amplitud, mascarilla, sueños raros, modo casera, agorafobia echada de nuevo.
Me daba cuenta ayer de que estaba volviendo a encerrarme en casa, no es poco lo que tengo acumulado por hacer esta semana desde el ordenador, pero eso no era una excusa, era una daga. No sale solo, no lo echas, no te agarras de los hombros y te sacas a la calle. Algo intrínseco hay, pero la verdad es que no, te concentras durante dos horas, vas a salir a la calle. Aunque sea porque ya no te queda tabaco. Es doloroso, da miedo, te late el pulso a mil por hora, pensar en personas con las que te cruzarás te pone histérica, los ruidos de los vehículos los camuflas con la música en los cascos... pero no, no es fácil. Te cuesta horas darte cuenta del gran paso que vas a dar. Y lo das. No te sorprendas si conoces a gente que pase por el mismo problema y le de por abusar de alguna droga. Pues para qué nos vamos a engañar, cuando no estás bien cualquier cosa que te haga huir de ti mismo parece baladí, pero no, atrévete a enfrentarte a ti mismo.
Vuelves a casa tras un mini paseo y sientes el pecho abierto, lo has conseguido. Has quedado para un café después de comer y viendo que el autobús tarda exactamente lo mismo que si fueras andando, decides que la segunda, mientras te da el sol, es la mejor opción.
He exprimido las emociones demasiado estas semanas y, al igual que mis tatuajes, me he encerrado en mi propia corteza. Hoy he decidido que me maquillo, nunca suelo hacerlo, me gusta ir con la cara lavada. A veces lo hago porque me gusta, porque me siento bien, pero no como algo esclavo que deba hacer para salir de casa. Recuerdo que cuando iba a dar clases a casas de mis alumnos en Madrid, siempre iba algo maquillada, como si tuviera la necesidad de aparentar que estaba preparada para vivir. Y ese es el error, camuflarse en el maquillaje y no disfrutar de él cuando te apetece. He perdido la cuenta de la última vez que usé unas lentillas. Desde que compré estas gafas nunca me las quito, ni siquiera he traído un bolso para que me quepan las gafas de sol, supongo que tendré que poner remedio a eso, porque hay algo para lo que sí me apetece volver a usar un bolso en lugar de riñonera: un amigo me ha regalado su discman. ¡¡Y funciona!! En esta ciudad aún seguí usándolo los primeros años que viví aquí, iba en el tranvía y cambiaba de disco mientras me sentía observada por seguir viviendo en el siglo pasado.
Me ha costado más de una semana asimilar que para mí un discman es un regalazo caído del cielo, vuelvo a la ilusión de escuchar discos enteros, sin que YouTube te sorprenda con la siguiente canción. He recordado cuántos discos puse en él mientras iba con el golf gti viejito – del 90 – enchufado a un cassette con cable.
Algo en mí sigue haciendo un click. Hoy es mi no cumpleaños y cuando vuelva a casa me voy a dar un baño. Hacía seguramente 4 años que no pisaba una bañera. Me encantan los auto regalos que consisten en no comprar algo tangible.
"Me gusta vivir, muy suave, suave... Suave es vivir sola"