La rara,
la que se margina sola,
la antagonista de las popus de la clase,
la que va sin sujetador ni se pone pendientes,
la adolescente que se hace preguntas demasiado existenciales para su edad,
la borde de clase,
la que dicen que es tipa dura y es más frágil que una panda de heavies.
La que pasa por clase a saludar porque se aburre,
la que se exaspera por el ritmo tan lento de las clases y hace los deberes en clase o ni los hace,
la que suspende porque no va a clase pero en selectividad saca un notable,
la que se ahoga en la tristeza de no saber lo que quiere mientras los demás eligen carreras universitarias a suertes,
la que termina de estudiar tras tres cambios de rumbo y se pone a servir copas porque sigue sin saber lo que quiere.
La que no deja de escribir desde que era pequeña y leyó a Bécquer.
La que aprendió sola a tocar la guitarra a los 14,
la que empezó a aporrear la batería a los 17,
la que odiaba el piano complementario obligatorio,
la que se juntaba con gente de dudosa reputación.
La que se aburría en cualquier clase y escribía canciones.
La adolescente que dice que no se pondrá jamás un piercing ni se hará un tatuaje,
la adulta que tiene 7 de cada.
La adolescente que juzga, sentencia y se ahoga en la tristeza,
la mayor que escucha, agacha la cabeza y se siente culpable cuando tiene que marcar límites o expresar su descontento.
La fuerte que adora la soledad y la frágil cuando se siente sola,
la que mira por la ventana mientras siente el ritmo de la vida de los pájaros y gatos.
La que escribe a máquina para concentrarse y a ordenador para corregir.
La que es ahogada por la ansiedad cuando levanta la mano y dice hasta aquí porque siempre, siempre, siempre, siempre, se siente invalidada. Siempre hay un pero, siempre un no, tú no tienes derecho a quejarte de nada, esclava.
La que escucha “yo me lo hubiera tragado sola” sin saber qué se siente.
La que grita dentro del agua, porque fuera molesta una palabra: no.
La que ha aprendido con ayuda, que no puede expresar emociones negativas con palabras y tonos dóciles, o lo que es peor: con silencio.
La que odia la prepotencia desde mucho antes de conocer su definición.
La que pasa de ducharse durante más días de los deseados si hace frío y no va a ver a ninguna persona. – hay que leer Niadela para entender esto último.
La que observa cómo el tiempo devuelve la pelota a quienes la lanzaron.
La que sabe que Ángel Martín tenía razón, válido es para distintos ámbitos que cuando eres la víctima o el enfermo de algo tiendes a sentirte muy solo, porque te dejan solo.
La que entiende que la gente cada vez va más deprisa y sólo te quiere para tomar cerveza que tú ya ni hueles y te asquea.
La que echa de menos a esas personas mal llamadas naif, que disfrutan de la vida al ritmo lento que lleva la propia naturaleza, oh, sorpresa.
La que no echa de menos la ciudad, la que no echa de menos la adolescente triste porque suficiente con la tristeza adulta.
La que tenía miedo a las arañas y la que ahora convive con ellas.
La que siente muertas sus neuronas con el calor y con el frío – de vivir en casa con abrigo – lentas pero precisas.
La que nunca sabe lo que quiere pero sí lo que no quiere, la que odia que le toquen,
la que recuerda quién estuvo ahí aunque ya no esté.
La que recuerda quién tiró una cuerda y quién se la quitó.
La del “¿por qué me empujas hacia el pozo si acababa de salir?”
La que sigue sin encajar y lo manda todo a la mierda porque aprendió que guardarla no sirve para nada.
La que odia cuando llega el momento fregadero,
a la que gusta de comer en el mismo plato.
La que sólo se cepilla el pelo antes de la ducha
y el resto de los días va despeinada.
La que va con la cara lavada y el maquillaje para cuando de verdad le apetece,
que la palabra “arreglarse” ya está caducada.
La que odia las mentiras y la manipulación.
La que ha pasado tantas veces por una luz de gas que ahora huele el gas al instante.
La que ya no siente lo mismo cuando canta porque el estómago se ha ido a las manos.
La que duerme demasiado, demasiado poco.
La que siente mucho y lidia con la pragmática vida de los demás.
La que ha entendido que los contextos son los entornos de los demás, que tu vara de medir no es la suya, que tus privilegios no son los suyos.
La que sufre cuando traga porque es exagerado para los demás que una sienta tanta emoción junta en el estómago, porque lo que duele, duele más en silencio.
La que se hunde en el barro, se pone perdida como un cerdo en una piara y vuelve a levantarse, sonriendo, llena de mierda. Porque lo que importa a veces no es lo que no puedes controlar que te pase, sino qué haces con ello.
La que es feliz con ropa heredada de sus amigas y de segunda mano.
La que tiene demasiado calzado.
La que se enreda en sus propias trizas.
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