Desde que, una noche, el perro del vecino se quedó ensimismado durante horas mirando algo que nosotros no atisbábamos a adivinar, todo se ha vuelto extraño en esta casa. Otra vez, como cuando llegué en 2020. Me suceden cosas y percibo cosas, es como si Casper – como llamo yo al fantasma de esta casa – estuviera molesto por haber sido descubierto.
Llevo varias mañanas oliendo a chimenea en mi habitación, que es una alcoba en la que no entra el olor de la chimenea. Y en el pasillo, por donde debería venir el olor, ni rastro de él. Me parece demasiado rimbombante pensar que se cuela el aire de la chimenea de los vecinos por alguna grieta del suelo, pero tampoco sería imposible.
Mientras escribo esto me doy cuenta de que me ha picado una araña en la muñeca, estoy viendo los dos puntitos con sangre y tiene un “picaduele”. No sé en qué momento me ha picado, tal vez Cásper no quiera que hable de él, y cuando lo hago se enfada.
Ayer el calentador hizo un ruido extraño y, teniendo en cuenta que es nuevo, me sobresaltó. También he visto dos escolopendras en estas semanas. Por estos lares no es habitual que habiten escolopendras, ¿estamos todos volviéndonos locos?
Mi chimenea funciona rara, prende muy bien y da mucho calor, como siempre. Pero a veces no tira. Aún con el tiro muy abierto, le entra la vagancia como a quien va tirando por inercia en la vida sin saber ni dónde quiere ir. Esa es mi chimenea, la inercia la lleva pero si te olvidas de ella se duerme.
Lo peor no es esto. Lo peor es que Pingüina, por lo que he podido comprobar en sus “cosas”, vuelve a tener parásitos intestinales. Otra semana que me vuelve a tocar ir a por pastillicas para las dos. Pero tampoco es esto lo peor...
Estos días me había armado conmigo misma, para atrincherarme en el silencio más vasto, ese donde no hay ni películas, ni series, ni música. Ese donde sólo viajas con libros, grabas tu musiquita, escribes sin filtro en tus papeles y dejas que el humo del cigarro se consuma cada vez en menor frecuencia.
¿Por qué en menor frecuencia? Porque estás en paz, has dejado de abrir twitter y ponerte enferma con la mediocridad del odio y la ignorancia totalitaria opinando como si del recreo en el colegio se tratara. No, Menganito, pide perdón a Fulanito, le has hecho mucho daño y eso no se hace. Pero la gente no pide perdón. Y hace daño a conciencia. Nada más rastrero que usar a las víctimas como moneda de cambio en sus vilipendios, cuando la verdad está ahí si las escuchas a ellas.
Qué paz da el silencio. Tanta que, sin darte cuenta, al cepillarte los dientes te has dado un golpe con el cepillo. En la encía. No, no sangré, pero han pasado días y aún me duele. No, no me he puesto hielo, tampoco he ido al dentista, quizás espero en silencio, sentada, mirando al cielo y dialogándolo con Casper.
Mira, tío, ya vale. Puedo convivir contigo pero deja de torcerme las cosas. Voy a recriminarte toda la vida el otoño en el que me intoxiqué, me rebané un esquinazo del dedo pulgar, había una plaga de bichos descomunal que parecía esto el descenso al infierno...
Me estoy imaginando ya sin un diente de las palas de abajo, con el boquete y los dientes torcidos, hablándote como si yo misma me hubiera convertido en Casper y tuviera todo el cuerpo gris engangrenado. Camino lento, voy hacia ti con las manos avanzadas hacia delante en horizontal, perpendiculares con mi propio tronco. Hay luz pero no te veo, repito como una posesa:
“Estoy haciendo mis proyectos,
necesito calma, necesito paz, silencio”.
Pero las bombillas en esta casa también deciden que hoy es el día perfecto para fundirse y que es domingo y tengo que estar con velas.
Casper probablemente no exista, creo que siempre me decanté por el agnosticismo. Pero a veces creo que los lugares que habitas te hablan, que cuando no les gusta cómo estás tratándote a ti mismo, te dan un sopapo en la cara diciendo “espabila”.
Y entonces, un día, saturado de todo y entumecido de tantas cosas negativas de golpe, clamas al techo que por favor pare ya, que basta. Que necesitas ese positivismo y el sonido de tu risa desde por la mañana.
De momento todo va teniendo solución, a partir de mañana, eso está claro. Los domingos la vida no se puede arreglar. Así que vamos a reírnos y a hacer enjuagues de agua hervida con bicarbonato.
Sobre todas las cosas, voy a reírme, porque si no voy a llorar hasta la semana que viene.
PD: se me acaba de romper la batidora. Se me están acabando los polvorones.