domingo, 13 de noviembre de 2022

33. Os odio a todos.


Domingo de despertarte a las 7:30. 


De que aún sea de noche, porque para el resto de la península son las 6:30.


Ayer me dije que no, que no quería otra lata.


Hoy tengo la cabeza como una pelota de gas butano.


A punto de estallar, claro.


Te levantas a beber agua y dices: es domingo, me quiero ir a dormir otro rato.


Das vueltas, pides a un dios en el que no crees que llegue el mediodía para comerte tu plato de pasta de los domingos.


Vas al baño, te meas como un niño pequeño que nada más salir de viaje pregunta que cuando llegamos a la playa. En mi caso eres tú, pero ni tú lo sabes, ni yo tampoco.


Vuelvo a beber agua y abro la nevera.


No sé por qué no compro nunca algún precocinado, soy esa clase de persona que desayuna salado sin ningún tipo de culpa.


Me echo un rato más.


Son las 8. Escribo en whatsapp “resacón padre”. Pero es mentira, no es de las peores. Sobrevivo.


Me he tomado un café y estoy escribiendo con el ordenador en la cama.


Me duele el meñique, miro, otra maldita ampolla. No sé qué le pasa a este dedo, va a su bola como si fuera un novato por la vida en general. Ni con toda su experiencia en instrumentos de cuerda quiere ser un tipo normal. Tiene que ir dando el cante, que parezca que nunca ha pisado a nadie, el metal frío le abre en dos y dice que no podrá sobrevivir sin quemarse.


Tengo ganas de levantarme a por mi segundo café. He abierto las ventanas de noche y hace ya un rato que ha amanecido, como cada ritual diario. Me parece un regalo poder ver amanecer, me gustaba cuando iba al instituto y era aún de noche. Bueno, al instituto no me gustaba ir. Siempre me pareció un lugar lleno de mamones y pelotas sin mayor aptitud que la buena memoria.


Yo nunca tuve buena memoria. Por eso los odiaba a todos. 


Siempre, desde niña, me sentía como una extraterrestre.


Nunca sentía que fuera una más de la especie, ¿quiénes son esas personas de mi edad? Hablan raro, y le dan demasiada importancia a que los pantalones me queden cortos. 


Pero no se me olvida que nunca puedes encajar en un sitio al que nunca has sentido que pertenecieras. Eso implica cambiarte, y pertenecer a esa especie poco común de seres extraños es todo un privilegio.


Y ahora me voy a dormir un rato.


El día soleado, me despido de Lorenzo y le digo que voy a echarle mucho de menos esta semana con demasiados días grises y lluvia continua. 


Preparo montones de leña. Me abrigo, aunque esté sudando, para no quedarme fría.


Miro al sol y calculo lo que queda para que caiga, ya llevo varios días pendiente de su caída. Observo su belleza naranja.


Intento grabar una cosa


Creo que todo últimamente lo hago a medias, medio bien, medio mal. 


Me ponen nerviosa los “ahora o nunca”.


Esto me hace pensar en la avispa de ayer. Estaba posada en el cristal, sin atisbo de movimiento, más allá de observar sus dientes. Me miraba mientras le hacía una foto, yo salí y entré sin miedo, bastante tranquila.


  • Sí, es una avispa, pero la verdad es que está tan tranquila que parece cualquier otro ser vivo que no me dé miedo. Ya he visto una que entra en casa por la noche y por la mañana, al levantar persianas, la pierdo de vista sin enterarme de por dónde entra y por dónde sale.


Con las avispas todo es un "ahora o nunca" constante. Si paso cerca igual me pica, mejor espero a ver si se va, no, pero no tengo tiempo, el sol no espera por mí. Mira, no creo que me pique, voy a salir, me la juego. No pasa nada. Sigue ahí, se mueve poco, me mira, pero no hace nada.


Yo creo que se va a morir. Hasta me dan ganas de acariciarla la cabecita, por primera vez una avispa me parece adorable. No me da miedo estar cerca de ella, miro sus colores y no me ponen en alerta, podría ser azul nácar. 


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