Este domingo amanecí a las 8 y escuché el despertador. Tirirí-tirirí-tirirí...
Me llevé las manos a la cabeza:
Llevo 2 horas estornudando y moqueando, con picor de nariz a ojos. También he mirado una mesa pequeña como si volviera a ser niña y encajara sus piezas de nuevo, junto a la ventana. Así que la he limpiado y me he sentado ahí, acurrucada, con mi libreta.
Primer pensamiento del domingo: los años 90 y puede que los 2000.
Los nuevos años 20 nos incitan a mirar el móvil y sus ancladas rrss al despertar. Es peor que cualquier droga temida en los 90 a la puerta del colegio por un señor del saco que te quiere llevar. Pero nadie dice nada.
Inciso, mientras escribo en la libreta, en la mesita junto a la ventana, observo un opilión. Los opiliones son comúnmente conocidos como “patilargas” y no es una araña aunque forma parte de los arácnidos – si no recuerdo mal –, pero mi admiración por las arañas mejor la explico otro día. Este que veo baja de la ventana, se posa en la mesa y sigue hacia abajo de camino. Me gusta la confianza que ha surgido entre nosotros. Lo observo: desciende y tira hacia arriba de un mosquito que se ha enganchado en su tela. Este bicho me cae muy bien y, por ende, todos los que son como él.
Intento mantener la ira matutina calmada pero pido silencio. Me lo pido a mí y a mis mocos. Como decía, esclavos de los nuevos 20, entro en twitter y veo una publicación de Ana Milán, algo así como “di algo que recuerdes de la juventud pero que los jóvenes no entiendan”.
Me acuerdo del teléfono de ruleta que de cría aprendí a marcar, si te equivocabas volvías a empezar, como con el looper. Recuerdo cuando rebobinaba las cintas de cassette, incluso las vueltas exactas para volver a escuchar una canción entera. También cuando dejábamos rebobinadas las películas de VHS para la siguiente visión. Qué maravilla las tormentas en junio, tienen algo mágico.
Cuando era más pequeña recuerdo la nieve con más frecuencia, últimamente nieva tan poco que parece que no sabemos qué hacer con ella, la llamamos por un nombre y no sabemos vivir. Recuerdo esos paseos como los más felices de este año, ese frío que te llega dentro, pisar con cuidado y firmeza, escuchar el crujido y recordar aquellos pueblos que tienen las casas y calles preparadas para la nieve con barandillas y el suelo con pequeñas rajas en el suelo (no recuerdo su nombre).
En los 90 era pequeña, a duras penas entendía lo que era morirse pero en los 2000, cuando comenzaba a filosofar internamente o a forjar mis principios, no me daba cuenta de lo positivo que era tener una vida lenta de rrss o comunicación.
Si ya iba a tope entre el instituto y el conservatorio, no imagino una adolescencia con luchas de las popus contra margis frikis en Instagram. Tendría bloqueada a media clase. Yo era de las margis con una popu archienemiga. Y no era margi porque me marginasen, sino porque sentía que no encajaba con su forma, ni sus bromas, ni sus hacer la pelota a los profes, ni sus aires de intelectuales aplicados cuando hacían preguntas tan absurdas como por qué sustituir en una fórmula la aceleración donde ponía “a”.
En los nuevos 20 he comprendido que echo de menos aquella época donde teníamos claro lo que íbamos a escribir en un 'sms', sabíamos que si llegabas tarde y pensaban que habías dado plantón y no tenías saldo tendrías que llamar desde una cabina.
¡Oh, cielos! ¿Te acuerdas de las cabinas? Ahora la gente ve una cabina y se hace una foto para Instagram porque o es 'mainstream' o están en un museo de dinosaurios.
También recuerdo de los 90 toda la ropa que odiaba que me pusieran y cómo sentía complejo porque todos los pantalones me quedaban pesqueros. Ahora están de moda. Ahora se lleva todo, no se metan conmigo cuando salga al escenario con un geranio en la cabeza. Pienso hacerlo. Nunca me gustaron los leotardos ni los vestidos de flores. ¡Joder, es que no me extraña que me acribillaran las avispas!
Y adivina quién metió el trasero y su vestido de flores en un bidón de no sé si era aceite de coche o gasolina. Aprendí a mirar dónde pisaba porque si era un hormiguero no tardarían las piernas y los pies en picar. Bueno, tengo 30 y a veces se me olvida. En los 90 también aprendí a no jugar con piedras amontonadas o con ladrillos si no quería que me picasen como mínimo 5 avispas. También, por falta de información y alergias a picaduras de mosquitos, desarrollé una fobia aprendida a las arañas. Quizás en estos nuevos 20 he aprendido algo nuevo: a respetarlas, admirarlas, quererlas e incluso convivir y hablar con ellas.
Como decía antes, echo de menos aquella lentitud de vida. Mientras que mis compañeros de clase adolescentes ya comenzaban a tener internet, yo era de las que iba a un ciber una hora para buscar información para trabajos de instituto con un disquette, esa cosa cuadrada que se utilizaba como ahora un pendrive. Iba a la biblioteca y como no teníamos ni móvil con cámara, sacábamos libros y hacíamos fotocopias de las páginas requeridas o incluso de recortes de periódico. No recuerdo en qué curso del instituto nos mandarían analizar un artículo, este me revolvió por dentro e hizo que fuera más consciente del mundo en el que vivimos. En dicho artículo, que vi hace meses guardado aún en una carpeta, hablaban de la explotación infantil en las minas de coltán. Gracias al coltán tenemos todos los dispositivos electrónicos que nos facilitan esta nueva era al primer mundo. Hay muchas cosas que no me gustan de la 'manzanita', pero cuando vi que un 'androide' se me moría al cabo de un año decidí cambiarme y voy a hacer 4 años con él, con la misma chatarra de móvil. Si no necesitase tecnología alguna para grabar y tocar, reconozco que tendría un teléfono fijo y ni un cacharro más. Yo con libros y discos soy feliz, con instrumentos acústicos... Cada vez que he de pensar en tecnología que adquirir me acuerdo de ese artículo. Fue un click muy importante para mí. En el artículo explicaban cómo introducían a niños en las minas de coltán porque eran muy pequeñas y apenas cabían niños de 3 o 4 años, o poco más. Y en caso de derrumbe nadie rescataba sus cuerpos. Jamás volví a saber del tema, ni a contrastar la información. Supongo que pasa como en tantos otros temas: que se tapan para que la gente viva feliz en su burbuja, de puta madre y sin ningún tipo de conciencia.
Mi abuela siempre me decía, porque era muy comisqui:
También recuerdo de aquellos 2000 el sonido de la radiofórmula comercial, parece que hoy en día la música urbana independiente tiene una misma búsqueda paralela. Es algo que se me escapa cómo explicar, pero mis oídos perciben ese click en las mezclas, melodías y texturas.
Antes de que existieran las rrss era super normal buscar en las páginas blancas el número de casa de alguien, en función de sus apellidos y calle indicada, además. No sé si siguen existiendo las páginas blancas como tal, pero hoy en día me parece aterrador y una falta de privacidad enorme. Como se dice ahora, es “creepy”.
No me gusta la idea de aparecer en una tarjeta de buzón. De adolescente un día me vino mi madre a la habitación con el fijo inalámbrico.
Cojo el teléfono, me había llamado una empollona del instituto, a mí, que iba con pintas de gótica y pisaba poco por clase de puro aburrimiento. La tía me llamaba porque no sabía resolver un ejercicio de Física con 2 ecuaciones. Aquel “dilema” de que para llegar a una incógnita (magnitud) había dos incógnitas y necesitabas otra fórmula más simple antes para calcular la que faltaba en la segunda ecuación. Joder, esos ejercicios de física del bachillerato en concreto eran una auténtica chorrada. Había temario más complejo. Que nos costasen las matemáticas, entender los conceptos de integrales y saber resolverlas, pase. Pero esos ejercicios... En fin, cada uno tiene sus facilidades, mi talón de Aquiles es la memoria, nunca tuve ese don. Si no lo entendía, agur. Bueno, que me voy del tema. Aquella chica había buscado mi teléfono o pedido a saberse a quién. En esta última década, en Zaragoza, descubrí lo insegura que llegué a sentirme cuando algunas personas sin relación íntima conmigo me escribían en rrss por privado que sabían dónde vivía porque me habían visto entrar en el portal, o que sabían quiénes eran mis amigos y cotilleaban de mala manera. Dejé de subir fotos con amigos. Me dediqué de lleno a disfrutar de los momentos y a no tener el móvil en la mesa, igual que para comer.
Cuando tocaba en garitos y no aprovechaba rrss para publicar lo que hacía disfrutaba más del respeto de las personas. Siempre añoraré vivir sin televisión ni internet en un ático o en una casa llena de libros y olor a madera. Cuando se acercaban a mí después de tocar a decir si les gustaba o preguntar algo, ese respeto por no invadir el espacio... Hoy en día en rrss das la mano y te cogen el brazo, antes incluso me resultaba incómodo el excesivo respeto de algunas personas al acercarse. Joder, ni que fuera Bunbury.
También recuerdo que tras un concierto, un señor me vino a dar una crónica con comillas en un folio. Me insistió en que lo leyera cuando estuviera tranquila en casa. Mi sorpresa y cabreo llegó cuando lo leí en casa, en compañía de mi pareja de entonces. Aquello no era una crónica sino una crítica. “Todo muy bonito y muy bien pero tocas unas guitarras muy simples”. En aquella época comenzaba a tocar versiones de Boza y aquellas guitarras aparentemente simples tenían juegos majos de cuerdas con púas y dedos. Lo que más me enfadó en aquel momento fue que un tipejo me entregase un folio con su “crónica” cuando en realidad era una crítica. En estos tiempos probablemente nadie te daría una crónica por folio, sería más probable que hicieran una publicación en rrss o bien de adoración o simplemente de odio acribillando. En aquella “crónica” recibí de mis primeros mazazos machistas.
Tenía dinámica, afinaba bien, me expresaba, metía mi piel en cada letra y las sufría y transmitía. Y me fijaba muchísimo en el sonido de mi guitarra. Había estudiado 10 años de conservatorio y sabía perfectamente cómo había que ir ensayando por partes y autocriticarme, a veces lo hacía de una forma nada sana además y aún sigo luchando por cambiarlo. En aquel momento sentí una punzada. ¿Cuántos tíos hay que cantan fatal y tocan la guitarra desafinada con el ritmo de las canciones de misa y canciones típicas de los 40 criminales que son alabados? En aquellos momentos comencé a ser consciente de que aunque diera hasta mi corazón en la mano a cada persona del público cantando canciones mías con historias reales, sería juzgada y mirada con lupa por ser mujer.
También recuerdo el día que estrené una canción mía, “Metamorfosis”. Expliqué que cuando la escribí no sabía bien lo que quería decir, hasta que fue pasando el tiempo y fui puliendo la letra y melodía del estribillo. Terminé de tocarla y bajé del escenario. No faltó el típico comentario a voces de un pene con patas:
Pues lo fue, es mía, y 5 años después te lo respondo, aunque no estés leyendo esto porque no sé ni quién eres. Y en aquel entonces aquella voz me comió, me hizo sentir pequeña y comenzó a generarme muchísima inseguridad y el famoso síndrome del impostor. Mi canción había quedado tan pulida y hablaba tan claramente de la vejez y perderse la vida que a ese señor le parecía imposible que una zagala de veintipocos hubiera escrito aquello.
No me gusta la tecnología actual ni muchas de las maneras fuera de la ética que a veces tenemos. Lo que sí me gusta de esta nueva era es el nuevo despertar feminista. Y luchar por nuestros derechos. ¡Ya está bien de tanto ninguneo! ¡¡Joder!! A día de hoy sigo aguantando chapas y leccioncitas de sonido (que es lo que estudié y sigo repasando, practicando y trabajando con mis proyectos) a modo paternal. Oye, que no seré ninguna crack produciendo discazos, pero sé grabar y mezclar hasta donde me llegan las manos y los oídos. Aún hay gente que cree que no sé lo que es un cable de línea, jack, un XLR o una DI. Apuffff.
A mí aprender siempre me ha flipado y ya tengo amigos con los que comentar dudas y pedirles consejos porque sé que pilotan más y me ayudan con todo su cariño. Debe ser que hay mucho pene con complejo de inferioridad y necesita ningunear a las mujeres para sobresalir.
Hará como 15 años que me presenté a la Joven Orquesta de Castilla y León por segunda vez, pasé de quedar como suplente el primer año a quedar la primera con un sobresaliente. No voy a estar toda la vida recordando aquel logro, como me dice un buen amigo “el pasado ya fue”. Hay que currarse el presente. Todo lo que sube es muy fácil que baje o se pare, se pierda, se olvide hasta para uno mismo. Hay que currar mucho para mantenerse, no solo para crecer. Los seguidores en rrss no significan nada, tu calidad no depende del público al que llegues, ni si tienes muchos seguidores o muchos bots. El mundo ha cambiado, ya lo sé, parece que si no tienes una ventana donde exponerte no existes. Pero solo se toca mejor echándole horas con cabeza y disfrutándolo. No vamos a tocar o cantar mejor por ciencia infusa o porque nos lo diga el horóscopo. Nos vamos a encontrar mil noes por el camino, de gente lejana y cercana, apartémoslos y sigamos adelante. Si nosotros mismos no le damos mimo a nuestros proyectos personales, ¿quién lo va a hacer? Nadie va a venir a salvarnos.
Feliz semana.