Puedes escuchar mientras esta canción.
Estaba con un nudo en la garganta, contigo atragantado. Hace un rato casi sucumbo al llanto pero pauso, hace meses que convivo con tu ausencia. Nunca llegué a contarte lo verdaderamente importante. Tampoco llegaste a preguntarme. No caíste en la falsa educación de preguntar sobre aquello que realmente no te importaba. Tampoco diste explicación, desaparecimos como el polvo cuando hay viento. Yo marqué el stop y tú cambiaste de dirección. No te culpo a ti, le culpo a mi curiosidad por imaginar cómo sería ser tu hermana en tu salón. Quiero llorar y gritar en el vacío, suplicándole a este saco de boxeo que me de un solo abrazo, ese abrazo.
Qué tristeza de día, entre nostalgia pesada y unos labios cosidos que me impiden decirte que te echo de menos. Me enseñaste muchas cosas, como por ejemplo, entender que quien parecía tu mejor amigo podría ser en realidad tu verdugo. Lo supe cuando intenté hablarle de ti a uno de ellos. Fue comenzar a mencionarte y su cara de “me importa un mojón” lo dijo todo. Podía escuchar telenovelas de otras personas pero no aquello que a mí tanto me importaba. Había vuelto a creer en el ser humano gracias a ti. No en la humanidad, pero sí en pequeñas grandes personas a pesar de la distancia.
La nostalgia hoy me pesa tanto que me lleva este día nublado al otoño en el que te conocí. En el mismo lugar me siento a escribir, huyo del sol al sur y me siento en una ventana oscura que da al oeste. La pena me pesa. Las letras se juntan y separan recordándome nuestra unión y alejamiento. Pienso en todo lo que recuerdo, en todo lo que me enseñaste. El duelo de echarte de menos se complementa con reafirmar mis razones.
No sé en qué momento pasó pero tú comenzaste a ser mi casa. Estabas lejos pero te sentía cerca, la confianza nos inundaba y la amistad se forjaba poco a poco, a fuego lento y sin forzarse. Era natural, salía sola. Joder, me daba pereza conocer a más personas, sus virtudes y defectos. Es cierto que puedo con tu orgullo, pero no con tus venazos. Contigo aprendí muchas cosas, como que la gente viene y va y no has de fustigarte por ello, y a los de siempre o los que quieres para siempre has de cuidar. Contigo aprendí a parar, a volver a decir “te quiero” a una amistad, y también a establecer límites, aquel que acabé clamando. Siempre te echaré de menos, pero no tu mal tono. Cuando te conocí sin conocerte supe que te quería para siempre, podría ser tu hermana, tu amiga, tu escudera de aventuras y tristezas, pero no de batallas confrontadas. Esas sobraron, fueron dos, pero no necesitaba más. Ojalá nuestros “te quiero” hubieran cruzado el mismo idioma. La conexión mutua no surge todos los días, es como los eclipses, o las conjunciones de los astros. Ojalá nos hubiéramos cruzado en el nodo y no hubiéramos estado cada uno en zonas diferentes. Quizás estas ondas vuelvan a cruzarse, que cuando yo estaba en la cresta tú estabas en el valle y viceversa. Las películas siempre nos vendían la idea creepy de aparecer por sorpresa, como si eso fuera idílico y no algo de lo más extraño. En verano he descubierto música nueva que me ha recordado a cuando nos pasábamos música que nos gustaba, cuando veíamos algún capítulo a distancia a la vez. Ojalá la vida nos diera una sorpresa. No me gustan las sorpresas, pero si formases parte de una podría soportarlo.
Hoy ha sido un día duro, de esos en los que los recuerdos te aturden y te caes mal a ti mismo porque te pesa la nostalgia, la apatía y hasta tú mismo en un fango. Te metes en el lodo y no sabes cómo salir o si esperar a que acabe el día para que alguien te rescate. Hay días que es mejor no moverse, por si te hundes más. Hace años que no uso una bañera para darme un baño, hoy es uno de esos días en los que me encantaría poder bañarme con una copa de vino al lado, o un gintonic. Siempre me acuerdo de lo bueno que me diste y hoy en concreto no puedo decir que no te eche de menos.
Las razones patinan cuando los sentimientos se pringan. El orgullo se cae cuando la coraza se nos desmorona. Alguien pisó mi casa y ahora en vez de verme como un caracol todos creen que soy una babosa lánguida. Nunca me acuerdo de que el folio se acaba.
A veces el tiempo no pasa, solo pesa, como si tuviéramos un agujero negro al lado y deseásemos que al final del día nos absorbiera para renacer mañana. A veces es mejor no ser tan poético, ni ser tan metafórico. No, a veces hay que ser tan inmensamente franco como la hostia que te llega sin verla venir, como las babas que salen por la boca abierta cuando nos dan el revés y no hemos esquivado el puño. Sí, a veces hay que ser directo y lo obtuso guardarlo para cuando escribes canciones que no quieres que nadie entienda desde la franqueza tibia. Ojalá hubiera seguido aprendiendo de ti en vez de huir dando vueltas dentro de mi propia jaula. Como si de una jaula pudieras irte a algún sitio.
Siempre que hablábamos de tinder te mostraba mi rotundo rechazo a la aplicación, alguna vez me dijiste que si me hubieras salido te hubiera deslizado a la izquierda. No tenías ni la más remota idea de lo que estabas diciendo, pero tranquilo, nunca lo sabremos porque tinder me cerró la cuenta diciendo que infringía las normas. Ya ves tú, como si no hubiera hecho match con mil cuentas anónimas como yo. Debí escocerle a más de uno, pero la historia de #strinderthings llegará en otros capítulos pronto, cuando tenga ganas de hablar de personajes y otras personas majas.
Seguro que tú sí me hubieras deslizado a hacia la izquierda.
Sin darme cuenta, me ha salido un pseudopoema aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario