domingo, 26 de septiembre de 2021

14. Para escucharse hay que callar.





Aún no comprendo bien cómo avanza mi estado extraño de agotamiento y sueño cada dos por tres, sin duda alguna a mí este otoño me ha llegado como una plancha... Me pregunto si se pasará pronto...


Estoy escuchando esta canción. 


Lo que me ha conseguido atrapar el día lo he suplido limpiando. Me he acordado mucho de que cuando vivía en Zaragoza, sin saber que ese estado incómodo que me venía se llamaba ansiedad, me ponía a limpiar la casa como una patena como ejercicio de relajación.



Verlo todo limpio y ese olor a semana a estrenar me calmaba mucho. Por la mañana disfruté mucho de la tormenta y la lluvia unos días atrás. Desperté a las seis de la mañana bajo los truenos amables, tanto me apaciguaron que me quedé dormida un par de horas más. La oscuridad ayuda mucho en el día para dormitar cuando la noche no te permite caer rendida...



Hoy no me apetecía cocinar, así que como nunca hago alubias decidí abrir un bote, creo que mañana haré un revuelto de patatas con acelgas. Sin más dilación, hablando de lo absurdo que a veces me resulta el tiempo que dedico a cocinar e ingerir alimentos y a masticarlos como bien argumentaba Beatriz Montañez en Niadela y la pereza al acto de masticar, me dispongo a seguir con este pensamiento dominguero.



Esta tarde me he cansado de estar conmigo misma, rara vez me ocurre, pero veo necesario saber estar contigo mismo incluso cuando no te soportas. No siempre las cosas nos salen como y cuando queremos, no, es lo que hay. Así que en un atropello por querer quitar algo de polvo he sacado unos bancos de plástico afuera y los he limpiado a golpe de chorro de agua. Nunca te fíes de tu vista, sigue tu instinto: esa araña que parece muerta no lo está, está muriendo pero no está muerta así que si ves que es una araña reclusa parda ni se te ocurra retirarla con las manos. No lo he hecho, no hay drama. He abierto una puerta que nunca se abre, de esas que tienen una pequeña apertura para que la puerta se haga más grande, he pasado la fregona y aquello que parecía otra reclusa parda tampoco estaba muerta, hoy he visto tres.



Mi autoterapia a veces consiste en cambiar las cosas de orden y limpiar, hace años pensé que tenía un problema con la limpieza, me decía una amiga “tía, tienes que parar, hay vida ahí fuera para ti”. En aquellos momentos comencé a darme cuenta de que la obsesión no era con la limpieza sino con la paz que ésta me producía. 



Empecé a vivir, a leer un montón de libros, a salir y pasarlo bien y a limpiar lo justo y necesario. Con esto solo quiero hacer una pequeña reflexión acerca de la naturalidad que tenemos de observar una obsesión o algo parecido como un problema cuando en realidad el problema subyace en otro motivo, en otra razón, en otro problema que incluso no somos capaces de ver, simplemente lo obviamos o no queremos verlo.



Hoy dejé que la tormenta me limpiase por dentro respirando su olor.

Hoy dejé que el día me permitiera echar de menos recibir un correo.

Hoy dejé que el hastío y el tiempo perdido me llenara por dentro.

Hoy dejé que las llaves pasaran el día dentro del bolsillo.

Hoy las palabras no me parecieron tan interesantes como el silencio.”



Pasamos el día usando palabras que sobran, pasamos el día pensando con palabras que estorban, pasamos el día con un idioma que de haber desconocido bastaría con alimentarse, dormir y hacer trueques... A veces el silencio basta, el silencio sana, por eso existe la meditación, traemos al presente el pasado más lejano, el origen más certero.



Hoy vuelvo al silencio, porque el silencio cura.



Bendito y maravilloso silencio mientras escucho las teclas de la máquina de escribir... 


Bendito silencio, bendita tú eres entre todas las personas que me leen. Bendita natura que sana con su sonido y su olor, bendita madre tierra que alberga la vida y la muerte, porque la vida es así: una línea que comienza y llega a su fin.


domingo, 12 de septiembre de 2021

13. Los gatos.

 Esta soledad no es tal cuando los gatos se acercan a mí. Es curioso porque son callejeros, salvajes y no se dejan tocar. Sin embargo, toleran mi presencia cerca.




El primer gato en el que me fijé fue uno negro, apareció poco después de mayo, es pequeño y de ojos verdes, siempre pulula cuando yo salgo fuera a que me de el aire al final de la tarde. Nunca fuerzo la mirada ni me acerco demasiado, sólo disfruto de sus visitas. Estos dos últimos días me río bajito cuando al regar las plantas con una manguerita se entretiene jugando con ella, debe pensar que es un animal con vida propia al moverse cuando tiro de ella. El gato negro me despierta ternura, le llamo Gato.



Hay otro gato más grande, es blanco y negro, este se suele acercar a mí con más proximidad que el negro pero tampoco busca caricias, hacemos breve contacto visual y no se inmuta cuando paso al lado. Un día de esos en los que estaba perfectamente aburrida y no me salía nada (ni leer, ni escribir, ni grabar...) me dediqué a observarle por la ventana. Estaba bajo las sombras de árboles, un rato tumbado, otro sentado, mirando hacia arriba, mirando hacia los lados, como si estuviera esperando a alguien durante horas, con la paciencia de un monje budista que disfruta de la capacidad de estar presente, ni siquiera de ser. Volvía de comer algo y resulta que estaba sentado como de costumbre, apoyado en el trasero sobre una piedra rectangular. El Filósofo le llamo, desde aquel día.



Otro día vi una gata recién parida, se le notaba en las mamas y su piel flácida y estirada, tenía unos tres gatitos pequeños rondando. Decidí no acercarme por no hacerle moverlos de sitio a la madre, pero creo que igualmente no dio resultado. Ella es huidiza, se nota mucho su instinto protector, en cambio, otra actitud completamente diferente me sorprendió ayer.



Estaba comiendo en la salita cuando de repente escuché un maullido de un pequeño felino. Miré a la ventana, un pequeño gatito maullaba y miraba por la ventana, quise hacerle una foto pero reculó rápido hacia atrás. Abrí la ventana y observé a una madre que me miraba fijamente con el cuerpo sentado y tranquilo, y los dos gatitos con ella, mirándome tranquilos. Supuse que querían comida pero no tenía ni un cacho de pan para darles. Se me hizo muy raro, es la primera vez que una gata se me acerca con sus cachorros, no he sabido adivinar si querían comida o era una forma de decirme que necesitaban ayuda, no conseguí comprenderlo en el momento.



A veces me da por soñar despierta que Lía se comunica con todos los gatos y me los manda para que me cuiden, tal vez simplemente es que les transmito confianza o en definitiva, quizás sea la loca de los gatos ya a los treinta años, nunca se sabe...



La conclusión de hoy, domingo, sin duda es que esos gatitos querían entrar a cazar un ratón. Hoy me he encontrado un aroma fétido en una habitación donde nunca entro, iba a limpiar y ventilar y me ha costado 2 horas encontrar a un ratón muerto. Horas más tarde, mientras comía y escuchaba un audio de una persona que ha reaparecido en mi vida a la vez que el ratón muerto, vi otro pequeño y vivo. 



Al pobre iba a echarlo por la puerta con el recogedor, acabé aplastándole sin ser esa mi intención, escuché su chillido cuando era demasiado tarde. Había pensado mucho en los motivos por los que había desaparecido esta persona y, aunque podía intuir una razón de peso, dejé marcharla en mis recuerdos. Al volver a tener contacto conmigo y coincidir un ratón muerto y otro vivo el mismo día, llevo todo el domingo cansada y con sueño, sin llegar a ninguna conclusión, pero pensando en si realmente se esconde una metáfora detrás de todo esto.


También se me ha roto la fregona.



domingo, 5 de septiembre de 2021

12. La carta que no te envié.

Puedes escuchar mientras esta canción. 


Estaba con un nudo en la garganta, contigo atragantado. Hace un rato casi sucumbo al llanto pero pauso, hace meses que convivo con tu ausencia. Nunca llegué a contarte lo verdaderamente importante. Tampoco llegaste a preguntarme. No caíste en la falsa educación de preguntar sobre aquello que realmente no te importaba. Tampoco diste explicación, desaparecimos como el polvo cuando hay viento. Yo marqué el stop y tú cambiaste de dirección. No te culpo a ti, le culpo a mi curiosidad por imaginar cómo sería ser tu hermana en tu salón. Quiero llorar y gritar en el vacío, suplicándole a este saco de boxeo que me de un solo abrazo, ese abrazo.


Qué tristeza de día, entre nostalgia pesada y unos labios cosidos que me impiden decirte que te echo de menos. Me enseñaste muchas cosas, como por ejemplo, entender que quien parecía tu mejor amigo podría ser en realidad tu verdugo. Lo supe cuando intenté hablarle de ti a uno de ellos. Fue comenzar a mencionarte y su cara de “me importa un mojón” lo dijo todo. Podía escuchar telenovelas de otras personas pero no aquello que a mí tanto me importaba. Había vuelto a creer en el ser humano gracias a ti. No en la humanidad, pero sí en pequeñas grandes personas a pesar de la distancia.



La nostalgia hoy me pesa tanto que me lleva este día nublado al otoño en el que te conocí. En el mismo lugar me siento a escribir, huyo del sol al sur y me siento en una ventana oscura que da al oeste. La pena me pesa. Las letras se juntan y separan recordándome nuestra unión y alejamiento. Pienso en todo lo que recuerdo, en todo lo que me enseñaste. El duelo de echarte de menos se complementa con reafirmar mis razones. 



No sé en qué momento pasó pero tú comenzaste a ser mi casa. Estabas lejos pero te sentía cerca, la confianza nos inundaba y la amistad se forjaba poco a poco, a fuego lento y sin forzarse. Era natural, salía sola. Joder, me daba pereza conocer a más personas, sus virtudes y defectos. Es cierto que puedo con tu orgullo, pero no con tus venazos. Contigo aprendí muchas cosas, como que la gente viene y va y no has de fustigarte por ello, y a los de siempre o los que quieres para siempre has de cuidar. Contigo aprendí a parar, a volver a decir “te quiero” a una amistad, y también a establecer límites, aquel que acabé clamando. Siempre te echaré de menos, pero no tu mal tono. Cuando te conocí sin conocerte supe que te quería para siempre, podría ser tu hermana, tu amiga, tu escudera de aventuras y tristezas, pero no de batallas confrontadas. Esas sobraron, fueron dos, pero no necesitaba más. Ojalá nuestros “te quiero” hubieran cruzado el mismo idioma. La conexión mutua no surge todos los días, es como los eclipses, o las conjunciones de los astros. Ojalá nos hubiéramos cruzado en el nodo y no hubiéramos estado cada uno en zonas diferentes. Quizás estas ondas vuelvan a cruzarse, que cuando yo estaba en la cresta tú estabas en el valle y viceversa. Las películas siempre nos vendían la idea creepy de aparecer por sorpresa, como si eso fuera idílico y no algo de lo más extraño. En verano he descubierto música nueva que me ha recordado a cuando nos pasábamos música que nos gustaba, cuando veíamos algún capítulo a distancia a la vez. Ojalá la vida nos diera una sorpresa. No me gustan las sorpresas, pero si formases parte de una podría soportarlo



Hoy ha sido un día duro, de esos en los que los recuerdos te aturden y te caes mal a ti mismo porque te pesa la nostalgia, la apatía y hasta tú mismo en un fango. Te metes en el lodo y no sabes cómo salir o si esperar a que acabe el día para que alguien te rescate. Hay días que es mejor no moverse, por si te hundes más. Hace años que no uso una bañera para darme un baño, hoy es uno de esos días en los que me encantaría poder bañarme con una copa de vino al lado, o un gintonic. Siempre me acuerdo de lo bueno que me diste y hoy en concreto no puedo decir que no te eche de menos. 


Las razones patinan cuando los sentimientos se pringan. El orgullo se cae cuando la coraza se nos desmorona. Alguien pisó mi casa y ahora en vez de verme como un caracol todos creen que soy una babosa lánguida. Nunca me acuerdo de que el folio se acaba.



A veces el tiempo no pasa, solo pesa, como si tuviéramos un agujero negro al lado y deseásemos que al final del día nos absorbiera para renacer mañana. A veces es mejor no ser tan poético, ni ser tan metafórico. No, a veces hay que ser tan inmensamente franco como la hostia que te llega sin verla venir, como las babas que salen por la boca abierta cuando nos dan el revés y no hemos esquivado el puño. Sí, a veces hay que ser directo y lo obtuso guardarlo para cuando escribes canciones que no quieres que nadie entienda desde la franqueza tibia. Ojalá hubiera seguido aprendiendo de ti en vez de huir dando vueltas dentro de mi propia jaula. Como si de una jaula pudieras irte a algún sitio. 



Siempre que hablábamos de tinder te mostraba mi rotundo rechazo a la aplicación, alguna vez me dijiste que si me hubieras salido te hubiera deslizado a la izquierda. No tenías ni la más remota idea de lo que estabas diciendo, pero tranquilo, nunca lo sabremos porque tinder me cerró la cuenta diciendo que infringía las normas. Ya ves tú, como si no hubiera hecho match con mil cuentas anónimas como yo. Debí escocerle a más de uno, pero la historia de #strinderthings llegará en otros capítulos pronto, cuando tenga ganas de hablar de personajes y otras personas majas.


Seguro que tú sí me hubieras deslizado a hacia la izquierda.




Sin darme cuenta, me ha salido un pseudopoema aquí.






40. La pantomima de la cuerda.

 La pantomima de la cuerda: Cuando no sabes si estás trepando o si tiras de ella hacia arriba con un peso atado. Si trepas, vas viendo mover...