domingo, 31 de octubre de 2021

18. La belleza no sólo está en el orden.

 









Escucho el sonido ahí afuera, el viento ulula cabreado. Las lluvias anunciadas ya han llegado y eso a ratos me apena. La luz cada vez huye más pronto.


Los pájaros cantan aún siendo un día demasiado gris. El gato negro, como siempre, pasa el día rondándome pero aún no se deja tocar. A veces me siento un poco como él: voy rondando pero sin dejarme tocar.


Se oyen pitidos de venta ambulante algunos días, y me afectan como si alguien me sacudiera por los hombros y agitase mis brazos.


Me encierro en casa, otra vez el frío me la ha vuelto a jugar. Un año después descubro que la agorafobia la destruyo poco a poco, si yo quiero. Pero si me olvido que convivo con ella y la ansiedad a veces consiguen aplastarme.


He perdido la cuenta del café que consumo y los tés me entran con la misma facilidad que el aire en los pulmones.


Dejar que el caos se adueñe de mí quizás sea una nueva escalera que dejar de ver como un obstáculo. En el caos observo, la belleza no sólo está en el orden.


Por favor, lluvia, comienza a caer de una vez; necesito sentir la lluvia y que limpie hasta los huesos cansados.


Siempre me reía cuando amigos más mayores me decían que la falta de actividad comenzaba a notarse a partir de los 30. Cuánta razón, que los años en pausa no es tiempo perdido pero el tiempo parado te oxida como si fueras una casa abandonada.


domingo, 17 de octubre de 2021

17. Lo que resuena en mi cabeza.

 






Estoy escuchando “Las alamedas” de Tarta Relena.



Mis palabras internas fluyen con ritmo y melodías que olvido al levantarme para ir al baño. Ya fueron, ya se fueron, pude escribir un libro lleno de pensamientos perdidos o confesiones que aún no veo el momento de soltar. Quizás más adelante, quizás se fueron porque aún tengo que recomponer el entero para hablar del roto.



Observamos los defectos y errores a tiempo pasado cuando la frialdad nos permite pensar sin ruido que emborrone la imagen y se manche, los propios. Los externos los sentimos con el dolor.



El lugar importa para verbalizar con comodidad lo que está dentro, conjugar el verbo es superfluo si el contenido se evapora. Quién establece los límites de lo que vivimos nosotros y lo que nos cuentan si escuchándote a ti me oigo a mí. El silencio vuelve a pesarnos a los que tratamos de digerir lo sentido y vivido, mientras oímos las voces de quienes hablan y nos cuentan las mismas cosas que vivimos hace años.



A veces me cansa que me cuenten lo que he vivido en otras bocas para no abrir la mía, porque es repetir, porque fue hace mucho, porque no es eficaz repetir el mensaje por varios mensajeros. El mensaje pierde la esencia cuando se repite.



No me siento tan joven cuando gente mayor menciona libros que leí hace años, en mis primeros veinte. No se me cansan las ganas de seguir aprendiendo de todos los ámbitos posibles de la vida, nunca es suficiente para no seguir aprendiendo. Me siguen saltando los ojos cuando veo una falta de ortografía, más si es en un libro mal corregido, pero la vergüenza vuelve a mí si la cometo yo. Entonces enrojezco y no entiendo cómo pudo suceder si aún sigo buscando palabras en el diccionario cuando no estoy segura de cómo se escriben. 



Aún cambiando de máquina de escribir a otra más pesada ella sigue corriendo por la mesa hacia la izquierda y me retuerce la espalda. Me retuerce la espalda y constantemente la giro de nuevo hacia la derecha de la mesa. Escribo retrocediendo porque alguna tecla no ha quedado bien pulsada, rara vez me equivoco de letra y a veces me agota que sea tan rápido cambiar de línea. Nos hemos malacostumbrado demasiado al ordenador: a borrar errores, a corregir, a cambiar frases que al final pierden la esencia. Cuando me levanto de la máquina es porque no tengo la frase que quiero aún, pero intento no escribir mal, porque entonces el folio se convierte en borrador. Nos hemos acostumbrado a la inmediatez de las facilidades digitales, ganando tiempo... Pero, ¿qué es el tiempo? ¿No necesitas pausa o vivir para emitir palabras coherentes? ¿No necesitamos tiempo para leer y escribir mejor? ¿No nos damos cuenta de que no es vivir un día más sino un día menos?



Esta Olivetti me encanta, me resulta fácil escribir con ella, me concentro más que con la tecnología de un ordenador portátil – pasando a digital el texto, en cambio, sí me descentro– y cuando no me sale una palabra me levanto y observo alrededor. Quién dijo que tuviéramos que amoldarnos siempre a la evolución tecnológica sin escuchar nuestros propios latidos y qué nos piden los pulmones.



Oigo el viento soplar fuerte, desde aquí nunca sé si es día de diario o fin de semana, aquí siempre es un día cualquiera. Soy consciente de que tampoco podría tener compañeros de piso a cualquier hora del día con mis manos tecleando la máquina de escribir. Seguramente levantaría dolor de cabeza a más de una persona. Hace tiempo, cuando empezaba a escribir a máquina, llegué a ponerme tapones porque me dolía mucho la cabeza pero no podía parar de escribir. Hoy en día, la verdad es que o ya no me duele tanto la cabeza o es que me he quedado sorda.

martes, 12 de octubre de 2021

16. Somos plástico por dentro.

 

Hoy es el día del Pilar, pero la verdad es que para mí es como si fuera domingo muy soleado. Últimamente pienso mucho en algo que no verbalizo.


Cada vez somos más personas las que observo que hemos dejado de opinar tan rápidamente sobre cada cosa que ocurre en el mundo en nuestras redes sociales. Todo parece una lucha para ver quién comparte primero. ¿No nos damos cuenta de que esto no funciona así? Que no nos damos tiempos a asimilar lo que ocurre, de informarnos bien, contrastando bien lo que leemos, lo que sentimos y observamos. Tenemos los medios que hace quince años no teníamos y, en cambio, usamos menos que nunca la materia gris que poseemos.


Parece que tenemos que vivir relaciones intensas y breves, practicar cada vez más el nombrado ahora “ghosting”, nos casamos con nuestro individualismo insano, predicamos en redes con la empatía que no practicamos en nuestra rutina. Colguemos más carteles feministas para ganar unos likes y no practiquemos sororidad entre nuestras mujeres – entiéndase la ironía –. 


Este mundo es de plástico, no sólo llenamos los océanos de envases de plástico, nosotros mismos cada vez somos más plástico por dentro... Sentimos algo fuerte y salimos corriendo, parece que los sentimientos sólo pertenecen a los post de instagram y a una adolescencia donde fuimos vulnerables y nuestra inocencia estaba intacta.


Yo misma reconocí ese miedo hace años, cuando sentí lo que nunca había sentido por nadie jamás y salí corriendo en forma de ghosting. Tardé poco en darme cuenta de que es una actitud egoísta en la que la otra persona entra en un círculo vicioso de no comprender nada, que lleva a la ansiedad y a la angustia. Lo sé, lo sé bien porque yo he hecho ghosting, pero también me lo han hecho. A veces es necesario tener conversaciones incómodas, con calma y respeto, pero en las cuáles nos quitemos un poquito la armadura. Si no sabemos gestionar bien el cúmulo de nuestras propias emociones, ¿cómo vamos a tener una opinión sólida sobre el mundo que pisamos y su ciclo vital?


Llevo meses subiendo una gran montaña desde el valle más profundo, ya casi puedo ver que falta menos para llegar a la cima. Es cierto que he tenido que arrancar matas de mala hierba por el sendero, tirarlas por el precipicio y no dejar de mirar al frente. A veces, descalza, pisando la tierra me he clavado piedras que han hecho que tenga los pies más ásperos y duros, pero todo esto no me ha hecho más fuerte. Sólo me ha hecho tener un baremo interno de niveles del dolor.


Como bien canta Zahara, no me ha hecho más fuerte vivir experiencias malas y destructivas, me ha hecho más fuerte acercarme a mí, la soledad de los años de curar heridas, de lamerlas y dejarlas secar al aire y al sol.

domingo, 3 de octubre de 2021

15. La gata ciega.

 Estoy escuchando “Sur en el valle” de Quique González. 



Esta semana sigo observando a los gatos como si fuera algo nuevo que descubrir, poco a poco se acercan más a mí, no les echo nada de comer porque no comen mondas de fruta o verdura pelada. Por este motivo se me hace extraño que se vayan acercando a mí: me muestro distante para no espantarles.


Si te dan fobia los bichos omite el párrafo indicado //...//

//Hace un año aprendí en soledad por qué no debía alimentar a los animales salvajes, leerlo en Niadela de Beatriz Montañez me hizo reafirmarlo. Todo es cadena trófica, afectas al comportamiento de los animales y a su vez atraes a más animales no deseados a casa. Donde hay comida cerca no solo hay gatos, hay aves bonitas, sí, pero también cucarachas. Donde hay cucarachas no mola, donde hay cucarachas hay más arañas de lo normal, ratones y bichos que a su vez comen arañas. Ya mencioné anteriormente lo feliz que vivía con Úrsula -araña lobo-, porque sólo estaba ella y alguna de diferente especie escondida. Así que lección aprendida: “don't feed the wild life”. Tienes hasta un cartel que pone que no alimentes a los patos en la Alamedilla, pero oye, nada, allí van todos los padres con sus hijos a darles gusanitos a los patos y ocas. //



La semana pasada la vida me pesaba un poquito más, me di cuenta de que aquel ratón que maté por accidente cuando iba a echarle por la puerta no era un ratón sino una musaraña. Sí, una musaraña. Nunca había visto una. Pero he conocido a una gata nueva, es clarita aunque no del todo blanca. No me he fijado en ella precisamente por ser nueva y de diferente color, sino por algo muy particular...



¡Es ciega! Sí, repito, es ciega. Es la primera gata salvaje que conozco y observo su ceguera. No conoce mi voz, pero sí el chasquido de mis dedos, los oye y dirige su cabecica hacia donde dirijo mi mano chasqueando. Nunca me mira al cuerpo y menos a la cara, como hacen el resto de los gatos que pululan por aquí...



Haber conocido a una gata ciega es haber conocido mi propia ceguera. Cuando la vi a ella me vi a mí misma tratando de saber cómo caminar en el mundo. Pocos días tardó en darme una maravillosa lección. He visto a esa gata jugar con otros gatos, escuchar alguna presa cerca, no moverse y ponerse en posición de caza. También la he visto intuir un bordillo hacia abajo y tantear con la pata izquierda delantera cómo de lejos le quedaba el suelo para apoyarse y bajar. Perseguir a Gato (el gato negro) para jugar con él y que a éste no le hiciera del todo gracia... 



Mi Yin Yang cercano, dije en voz bajita. Sonreí.



Parece que los humanos lo complicamos todo demasiado. Llevo dos noches soñando que mi abuela estaba viva. La primera noche me quedé un poco paralizada sin entender nada escuchándola hablar y sonreír. La segunda noche la cogí en volandas y la abracé en el aire. Al despertar me sentí bien. Estaba guapísima. 


40. La pantomima de la cuerda.

 La pantomima de la cuerda: Cuando no sabes si estás trepando o si tiras de ella hacia arriba con un peso atado. Si trepas, vas viendo mover...